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Aitana Martirio también tiene un precio

Aitana Martino Brea El precio de la dignidad
Foto: El precio de la dignidad -

Tengo una carta para ti

Si quieres conocer cuál es el precio de la dignidad, este artículo te sorprenderá hasta donde pueden llegar algunas personas.



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19/10/2021 ― Resulta muy patético conocer historias como la de Aitana Martino Brea, una gallega que después de años alimentando, aunque fuera de forma pasiva, el nacionalismo gallego un buen día salió de la caverna y recibió su propia medicina en la endogámica Comunidad Valenciana. El escrito censurado que ella misma envió a muchísimos medios la puedes leer aquí ► Carta de una arrepentida gallega





La dignidad no está en venta, pero Aitana le pone precio



Y por cierto, cuanto más intente borrar sus propias palabras censurando nuestros artículos, más vamos a reproducir nuestros artículos incluso en las redes sociales, cosa que hasta ahora no hemos hechos.



Todo tiene un precio y a veces sale barato


Perdiendo la dignidad ― Pero la historia no termina aquí, resulta que su quejido tuvo eco y la caverna gallega le ofreció un puesto de trabajo bien acomodado, de esos que nutren las filas del nacionalismo de cualquier autonomía, y la gallega volvió a sus orígenes con puesto de trabajo bien acomodado y para no incomodar a sus amos empezó a retirar todos los artículos que se habían publicado haciéndose ecos de sus quejas en todos los medios libres e independientes de comunicación.



Este artículo no lo encontrarás en Google porque es el mayor censor tecnológico en la actualidad y le incomoda la libertad igual que al “rojerío” pero mientras existan buscadores libres como Bing o el “Patito”, que es el buscador más libre que existe en la actualidad DuckDuckGo, la libertad y estos artículos estarán siempre ahí para recordar el precio de la dignidad. Leer el artículo completo “la dignidad de una gallega”. ― Antonio Martí Martín



Qué es la dignidad


La dignidad es el valor inherente e inalienable de toda persona por el simple hecho de serlo, independientemente de su origen, condición, creencias o acciones. La dignidad conlleva respeto hacia uno mismo y hacia los demás, así como el reconocimiento de derechos fundamentales, como la libertad, la igualdad y la integridad. Es un principio ético que sostiene que nadie debe ser tratado como medio, sino como fin en sí mismo, según perspectivas como la de Kant. En contextos sociales, se asocia con vivir de manera justa, honorable y con acceso a condiciones que permitan una existencia plena.



Por qué debemos defender nuestra dignidad


Debemos defender nuestra dignidad porque es la base de nuestra humanidad y autodeterminación. Protegerla asegura que se respeten nuestros derechos fundamentales, como la libertad, la igualdad y la integridad, evitando la degradación, la explotación o el abuso. Al defenderla, afirmamos nuestro valor intrínseco y el de los demás, promoviendo una convivencia justa y ética. Además, preservar la dignidad fortalece la autoestima y la capacidad de vivir con propósito, mientras que su violación puede llevar a la opresión o la deshumanización. Es un acto de resistencia contra cualquier forma de injusticia.



Los que le ponen precio a su dignidad como Aitana Martirio son unos miserables


La reflexión «Los que le ponen precio a su dignidad son unos miserables» es una afirmación contundente y cargada de juicio moral. Denuncia a quienes están dispuestos a renunciar a sus principios, valores o integridad personal a cambio de dinero, poder o beneficios materiales. Calificarlos de miserables implica no solo una crítica ética, sino también una condena emocional: no solo hacen algo mal, sino que, en cierto modo, se degradan como personas.



Este tipo de mensaje suele usarse para marcar una línea clara entre quienes defienden su honor, aunque les cueste, y quienes se venden al mejor postor. En contextos de corrupción, injusticias sociales o decisiones personales difíciles, la frase cobra aún más fuerza.



Una lección de dignidad para Aitana Martirio


Un ejemplo clásico, ilustrativo e interesante sobre el tema de la dignidad es la historia de Sócrates, el filósofo griego que prefirió morir antes que traicionar sus principios.



En el año 399 a.C., Sócrates fue acusado en Atenas de corromper a la juventud y de impiedad ―no respetar a los dioses del Estado―. En su juicio, tuvo la oportunidad de salvarse: bastaba con retractarse públicamente de sus ideas y aceptar un castigo menor. Sin embargo, no lo hizo. Dijo que prefería la muerte antes que renunciar a su manera de pensar y a su compromiso con la verdad y la virtud.



Finalmente, fue condenado a beber cicuta. Sus discípulos le ofrecieron ayuda para escapar de la cárcel, pero él se negó. Alegó que evadir la sentencia sería romper el contrato con las leyes de su ciudad, y eso iría en contra de lo que siempre enseñó. Prefirió morir fiel a sí mismo antes que vivir traicionando su dignidad.



Este episodio es uno de los más poderosos de la historia de la filosofía porque muestra que la dignidad no es algo que se hereda ni se compra: se construye con actos coherentes, aunque cuesten caro. Sócrates nos enseña que la dignidad es mantenerse firme incluso cuando el mundo entero te presiona a ceder.



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♦ Algunos datos más ►

La dignidad es la base sobre la que se construye el respeto. Si nosotros mismos no defendemos nuestra dignidad, difícilmente los demás lo harán por nosotros. Ceder constantemente ante injusticias, aceptar humillaciones o renunciar a nuestros principios por miedo o conveniencia nos convierte, poco a poco, en cómplices de nuestro propio menosprecio. El respeto no se exige con palabras vacías, sino con actos firmes que muestran que tenemos límites, que sabemos quiénes somos y qué no estamos dispuestos a permitir.





Cuando una persona se valora y actúa con coherencia, inspira respeto incluso en quienes no la comprenden o no la apoyan. En cambio, quien sacrifica su dignidad por beneficios inmediatos puede ganar favores, pero pierde algo mucho más valioso: el reconocimiento genuino. Defender la dignidad no siempre es fácil, pero es necesario. Es la condición mínima para ser tratados como merecemos, y no como los demás decidan.



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